viernes, 23 de septiembre de 2011

Práctica Semana III: La Crónica


Definitivamente para mí

Por: Mónica Zamora Campos

 
 

Skippy



▪         Quienes aún no han experimentado el cariño fiel y puro de un animal, aún no saben lo qué es el amor desinteresado.  










 



En una tarde de marzo, de este año, me encontraba estudiando para un examen de Periodismo. Como era de costumbre, mi perro Skippy –un hermoso chihuahua- estaba acostado junto a mí. Él tenía la mirada perdida en mis ojos y tenía dificultades para respirar, en ese mismo instante supe que mi mejor amigo no estaba bien de salud.

 
Efectivamente, Skippy empeoró y  mi mamá lo tuvo que trasladar de emergencia al Hospital de Especies Menores de la Universidad Nacional. Cuando mi mamá llegó a mi casa y la vi con los brazos vacíos; uno de mis grandes temores tomó fuerza. Skippy tuvo que ser internado, porque tenía el corazón grande y presentaba agua en los pulmones, lo cual le obstaculizaba respirar adecuadamente. Durante esa noche no pude cerrar mis ojos, sólo le pedía a Dios que todo saliera bien. Al ser las 2:45am, el teléfono de mi casa sonó, -¡nunca olvidaré esa llamada!- Era el médico veterinario para avisarnos que nuestro viejo amigo había fallecido a causa de un paro cardiaco. 

Cuando Skippy murió, yo dije que nunca volvería a tener un perro –a pesar de que aún tenía dos perras más-. Sin embargo, seis meses después de esa triste partida, mi mamá se compró un cachorrito y lo llamó Snoopy. Un día lo tuvimos que llevar a vacunar a una veterinaria del mall Real Cariari, en el instante en que el que entramos al consultorio, mi mirada se dirigió a una caja de cartón que había en el piso y descubrí a un perrito exactamente igual a mi amado Skippy.


Sin pedir permiso, yo alcé al cachorrito y le dije a mi mamá: “Mami ¡vea! Es igualito a Skippy!!". Ella estaba más preocupada por su querido Snoopy y no me prestó mucha atención. Yo me dirigí hacia la dependiente de la veterinaria y le pregunté: “¿Cuánto vale?” Ella me respondió amablemente: "Mamita ese chihuahuita vale 120 mil". Yo casi me voy de espaldas, y resignada puse al cachorrito en la caja.

Cuando me monté en el carro, no pude aguantar y se me vinieron algunas lágrimas. Recuerdo haberle dicho a mi mamá que ese perrito era Skippy y que yo lo quería tener de nuevo conmigo. Mi mamá con un rotundo no, me dijo que ya no podíamos tener cuatro perros, que me olvidará de eso. No obstante, yo llegué a mi casa, saqué las fotos de Skippy y las comparé con la que tomé del perro que conocí ese día. Ahí  me di cuenta que fuera como fuera, ese can iba a ser mío.
Durante esa semana yo llamé repetidas veces a la veterinaria para ver si me podía rebajar el precio del perrito y lo único que conseguí fue que me lo dejaran en 90 mil colones, lo cual seguía siendo un golpe muy duro para mi economía. Así pasaron los días, hasta que llegó domingo y esos días yo veo a mi  novio. Yo le pedí que fuéramos a dar “una vuelta” al Real Cariari y él me dijo que sí, pero él no sabía lo yo que me traía entre manos.

Apenas llegamos al centro comercial, evitamos esas largas caminatas por los pasillos y nos dirigimos a la única tienda de mascotas que hay en el sitio. Mi novio sorprendido me dijo: “¿Qué vamos a hacer aquí? ¿No me digás que vinimos a ver aquel perro?”. Yo le contesté  con una sonrisa que no sólo íbamos a verlo.

Una vez dentro de la veterinaria, yo volví a negociar el precio del cachorrito con la señora, pues como dice el dicho: “¡uno nunca sabe!”. Después de una semana de insistencias y demás jeje, ella accedió a rebajarlo en 50 mil colones. Yo me puse muy contenta y sin pensarlo dos veces acepté esa oferta. Cuando sacaron al perro de la jaula y me lo entregaron, la señora me dijo  de antemano, que ese cachorro iba a estar en buenas manos y con una risita me dijo que él era para mí.

Posteriormente de haber pagado al perro, nos dirigimos para mi casa. Mientras íbamos de camino, yo vi al can a los ojos, volví a ver a mi novio y le dije: “Kavik, así se va a llamar él”. Allan me preguntó qué donde había sacado ese nombre, y yo le comenté que de un libro que había leído hace bastante tiempo, sobre un perro mitad lobo. El animal de ese relato había atravesado un sinfín de dificultades y amaba tanto a su dueño que fue capaz de recorrer más de 3000 kilómetros, para estar de nuevo a su lado. Es por eso que de una manera irónica yo asocié mi historia con la de la obra literaria de Walt Morey.

Cuando arribamos a mi casa, yo llamé a mi mamá y esperé que ella compartiera mi alegría, pero no fue así. Ella muy molesta me dijo: “¡Cuando yo regrese no quiero ver ese perro!”. Colgué el teléfono y sentí que el mundo se me derrumbaba, miré a Allan y con ese contacto visual bastó para que  él supiera que debíamos deshacernos de Kavik. En ese momento recordé, que una prima -de San José- estaba de visita donde mi abuela y ella también es amante de los animales. Yo la llamé y le ofrecí el perrito, ella muy emocionada me dijo que sí lo quería y que más tarde pasaba por él.

Fuera de mi casa se escuchó el pito de un carro, esa era mi prima que venía por Kavik. Me fue muy difícil dárselo, sin embargo, contuve mis lágrimas para explicarle cuál era el alimento adecuado para él, cómo era el control de las vacunas, entre otras cosas. Le di un beso a Kavik en la cabeza, entré de nuevo a mi casa, abracé a mi novio y no aguanté más mi tristeza. Irónicamente mi mamá también soltó su llanto, pero yo no lograba comprender por qué, sin embargo no le pregunté, ya que estaba dispuesta a no dirigirle la palabra.

Al día siguiente (un lunes), mi mamá salió muy temprano de la casa sin decir nada. Yo me quedé cuidando a mi hermano menor y él preguntaba constantemente sobre aquella mascota que le había robado el corazón el día anterior; yo muy resignada le contestaba que Kavik estaba con otra familia. Al ser las 11 de la mañana, escuché el portón del garaje de mi casa, era mi mamá y me traía una magnífica sorpresa.

Mi mamá entró a mi cuarto muy contenta y con lágrimas en los ojos. Traía consigo a Kavik dentro de una maleta especial para mascotas, me miró y me dijo: “¿Esto la hace feliz?”, ¡Yo no lo podía creer! Saqué al cachorro del bolso, aunque parezca increíble, él lloraba y por supuesto yo también jaja. Mi mamá me dijo que estaba arrepentida y que la razón por la cual no lo quería era porque le recordaba mucho a Skippy, no obstante, ese motivo fue lo que también la impulsó a traerlo de nuevo a nuestra familia.


Finalmente mi mamá despegó su mirada del cachorro y me dijo lo siguiente: “Mónica, él es para usted”. Y no sólo ella me dijo eso, después de contarle esa historia a mis amigos y familiares, todos concordaron con esa frase. Asimismo, cada vez que miro detenidamente a Kavik, reafirmo que él era para mí.
 
Akira, Snoopy, Kavik y Lulú








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